Escrito por: Mezzy Gozo
Cuando tenía 17 años, una de mis actividades favoritas era ir a las albercas con mis amigas, iba cada sábado a las albercas, tenía trajes de baño que combinaban con mis lentes de sol (porque soy posona y ni modo), lo que no sabían muchos, es que yo no sé nadar. Jamás aprendí, aunque mi papá cada verano, con una incansable esperanza me inscribía al mugroso curso de natación.
Alguien me dijo que hay muchas cosas inevitables, y una de ellas es el crecimiento, y con la edad, me volví muy pero muy miedosa. Lo peor de la clase de miedo que padezco es que es paralizante, me entumece cada nervio de mi cuerpo. Ahora odio nadar y ponerme traje de baño, pero, no es por el agua, no es por el mar, es por mi cuerpo.
Mi cuerpo, mi ser, ha sido expuesto a experiencias muy desagradables, a experiencias que me han robado la persona que solía ser y me perdí en el miedo.
Dejé de escribir, dejé de arreglarme, dejé de dormir tranquilamente… dejé de ser yo.
He empezado un nuevo proceso terapéutico y de sanación, absolutamente nada sucede igual dos veces, y levantarse por segunda ocasión cuesta aún más.
Actualmente, estoy leyendo un libro llamado “En Auschwitz no había prozac” de Edith Eger, el libro aborda temas de como sanar la ansiedad desde una perspectiva no sólo clínica, sino humana, porque al final del día somos eso… humanos.
Una de las cualidades que mucha gente me reconocía es que era fuerte. ¿En qué momento me volví la víctima?
Me encontré en un punto de donde alguien (a quien agradezco muchísimo) me dijo: “El mundo no va a cambiar, todos los días te vas a enfrentar a él, debes cambiar tu y demostrar de que estas hecha.”
Me abrió los ojos, sacudió mi corazón para ponerlo de vuelta en la lona.
Edith Eger nos dice: “Las personas que son víctimas se preguntan ¿Por qué a mí?; las que son sobrevivientes se preguntan ¿Y ahora qué?”
Y resonó: no quiero ser víctima, porque me resta poder, quiero ser una sobreviviente y empoderar mis sueños y mi voz.
¿Y ahora que? Pues ahora, le vamos a chingar, vamos hacer sonar lo que nuestro corazón a callado y darnos el lugar que merecemos, el lugar donde ponemos un límite y decir: “Ahora voy yo”.
Así que, es bueno que te cuestiones “¿Por que a mí?” Porque entenderás, que no fue nunca tu culpa ni tu responsabilidad, y deberás confrontarte con un pesado “¿Y ahora qué?”
Espero que estas palabras te ayuden, tal vez son el empujoncito que, como a mí, te faltaba.
Este es mi lección aprendida, ¿Cuál es la tuya?