Escrito por: Mezzy Gozo
Editado por: Giovanna Mendoza
Desde que somos jóvenes, nuestra conciencia nos permite distinguir entre lo que es de nuestro agrado y lo que no. Empezamos a ejecutar decisiones y lo cierto es que realmente nunca sabemos cuándo creamos nuestra primera decisión, sin embargo, recordamos la primera vez que peleamos para hacerla valer.
Muchas veces, no dimensionamos el peso de nuestras decisiones, e incluso no conocemos el motivo detrás de ellas, pero sabemos que el defenderlo representa mucho más, incluso que la decisión misma. La primera vez que decidimos no usar la ropa que nuestros padres desean, la primera vez que decidimos no comer alimentos que no nos gustan o en mi caso, la primera vez que decidí no vestirme igual que mi hermana. Tal vez, se deba a la construcción de nuestra identidad; defendemos aguerridamente nuestro derecho a nuestra identidad, el que sea aceptada, el que sea respetada. Pero ¿sabemos, nosotros, de manera individual, respetar decisiones?
Todos entendemos la importancia de que respeten nuestras decisiones, pero he observado, que, en muchos casos, no respetamos las decisiones que los demás toman. Nos empeñamos en hacerlos cambiar de opinión, porque – no digo que siempre – apelamos a que nuestras ideas son superiores a lo que el otro pueda aportar. “No sabe lo que dice” “Es que le falta experiencia” “Es porque siempre ha sido necio”.
La gente tiende a menospreciar las ideas distintas a las de ellos, nos hace falta empatía suficiente para reconocer que cada cabeza es un mundo y que, con excepciones en las que el pensamiento afecte a terceros, debemos, en medida de lo posible, respetar su modo de ver y vivir la vida, pero sobre todo, respetar sus decisiones. Es decir, no te metas en lo que no te importa.
Nos cuesta respetar aquello que no va de acuerdo a nuestros deseos, pensamientos y principios. Un gran ejemplo de esto es la película y novela “Yo antes de ti”, donde la madre de Will, empeñada en tener a su lado a su hijo, desea que pueda ver que, a pesar de las vicisitudes, la vida es maravillosa y que merece una segunda oportunidad. No respetando la decisión de su hijo a una muerte digna, más allá del degeneramiento crónico de la discapacidad de este. Sus argumentos son nacidos desde el privilegio que le otorgaba no sólo su posición económica y social, sino también su sanidad física y emocional, ella tenía una mentalidad basada en el privilegio de una salud plena, pero Will tomó su decisión desde su experiencia, desde la carencia de esa identidad que perdió cuando el accidente ocurrió.
Creemos que los demás no tienen suficiente capacidad de raciocinio y que nuestra visión es más clara, pero, no es así. Toda visión es empañada por las emociones y sentimientos que nos provoca el acontecer o no de ciertos eventos. O sea, que te crees más chingón que el otro para manejar su vida, ¡pos este!
Creo que una de las decisiones frecuentemente menos respetadas, surge en el caso de el rompimiento de una relación. Rogamos a la otra persona que reflexione, que lo piense bien, que posiblemente es el estrés, prometemos cambiar, y muchas veces, renunciamos a ser nosotros mismos para poder preservar algo en alarde a ese deseo de control. Todo en búsqueda satisfacer esa necesidad de demostrar, que nuestra manera de pensar, es la correcta. No reflexionamos, en que quizá, ya no contribuimos a la felicidad de la otra persona, o que incluso nuestras metas no son compatibles con las de él o ella. Ignoramos y olvidamos el hecho de que posiblemente nuestras actitudes les han dañado, y que tal vez no somos lo indicado para el crecimiento de esa persona. Debemos dejarlos marchar, dejarlos crecer, ya sea como parejas o ¿por qué no? como amigos, porque hay amistades cuyos ideales se vuelven incompatibles con los nuestros con el transcurso de los años y no por ello significa que alguna de las partes esté mal, simplemente significa que piensa diferente y por consiguiente, que se debe respetar su decisión y postura.
Debemos aprender a entender que toda decisión es generalmente basada en la búsqueda de satisfacción o fomento de su crecimiento y estabilidad. Cada decisión nace de algo que nos incomoda y que ya no nos es posible soportar, pues merma nuestro bienestar, el cual siempre debe ser nuestra prioridad, y por ende, cuando alguien hace este ejercicio de decidir, lo hace desde su propio ideal de bienestar. Es ahí cuando nos toca a nosotros tener la empatía de entenderlo y sobre todo, respetarlo.
Es obvio que muchas de nuestras decisiones no son las mejores, incluso la podemos “cajetear” horrible – como cuando nos cortamos el cabello como Dora la exploradora – pero es parte del aprendizaje, de entender qué es lo mejor para nosotros y que no. Para aprender hay que cagarla – pero no tan seguido, como yo que me escojo puro güey para novio – pero pues bueno, como dirían por ahí ¿quién soy yo pa’ juzgar los errores ajenos? porque aunque se diga que “no se escarmienta en cabeza ajena”, los errores o logros de los demás, son un excelente referente pa’ no cagarla o pa’ cagarla más hasta el éxito lograr. Pero esa es lección para otro día.
Les mando un abrazo fuerte y la mejor vibra.