Escrito por: Juliette Martínez

Dedicada al amor que ya no está, pero jamás podré olvidar por cómo me hizo sentir.

Algunos dicen que si vives algo extraordinario queda plasmado en tu memoria para siempre con cada bendito detalle, sin embargo, mi teoría es que lo que en realidad te marca jamás lo vas a recordar como realmente sucedió, cada uno de ellos es un rompecabezas de fragmentos efímeros, son un oleaje de recuerdos desarmables en la memoria que, con el pasar del tiempo, se vuelven cada vez más borrosos y con un rastro de pequeños detalles minimalistas que se perderán en un dos por tres.

Las manecillas del reloj marcaban 45 minutos más de lo que deberían de marcar. Iba esquivando rápidamente y con delicadeza a cada persona que se cruzará enfrente. Veía una y otra vez la hora en mi teléfono mientras maldecía en mi cabeza por siempre ir tarde. Mi corazón iba a un ritmo acelerado: boom, boom, boom, boom decía a sus adentros hasta que el silencio absoluto llenó mis oídos cuando te vi con las manos en los bolsillos de tu pantalón mientras dabas pequeños pasos en círculos frente a las escaleras eléctricas de Cuatro Caminos hasta que alzaste la mirada y me viste a mí, solamente a mí. Llegué a la parada inicial de mi destino.

La incertidumbre nos estaba quemando por dentro. Caminábamos por los eternos pasillos mientras nuestras manos se mantenían en un juego peligroso de acercamiento y contacto físico, aunque por los nervios, decidí jugar con las correas de mi mochila de cuadros, las tiraba de un lado a otro mientras veía a las personas pasar por los torniquetes una y otra vez como si la vida fuera un simple respiro. La batalla campal permanecía, seguía viviendo en mi interior.

¿Entrada de la izquierda o la de la derecha? No lo recuerdo. Estaba tan ocupada en reestablecer mi cerebro después de que tu mano tomó la mía con delicadeza, pero con una seguridad y firmeza que marcaba un “te quiero en mi vida siempre”. Los giros inesperados eran como los caminos turbulentos para llegar al metro, difíciles de llegar, pero al mismo tiempo un alivio para el corazón que va tarde al llamado. Los giros fueron los compases principales de nuestros últimos días; desde nuestra primera charla nocturna acerca de la vida, nuestro futuro y esas pequeñas cosas que compartimos como secretos de estado llegaron a impregnarse en nuestras vidas y a sacarnos una sonrisa que nos hacía pensar: esto puede funcionar. No sabía lo que sucedería, pero en lo que estaba segura era que yo quería estar contigo, sólo contigo.

Lo blanco de mi gris

Entramos sin prisas, ni empujones, solamente con una conversación cómica de cómo presumía que era la persona que había nacido sin reloj y noción del tiempo. Pero de pronto dejé de escuchar tu voz y llegó a mi mente la canción que se incrustó en mi cabeza en los

últimos días. Ambos nos expresamos con canciones, ese era nuestro idioma, nuestro love language como le dicen hoy en día.

“No sabes cómo soy, tampoco lo que fui. Vengo en el sendero que me trajo hasta aquí, a ti. Lo blanco de mi gris”, se reproducía como un cassette roto una y otra vez en mi cabeza mientras observaba detalladamente cada facción de tu rostro: el cómo hablabas con entusiasmo y felicidad extrema, arrugabas mínimamente la nariz al momento que ibas a rematar con un chiste que me hacía reír hasta las lágrimas. Si tan sólo hubiera sabido que la canción marcó el matiz, el contraste que ambos habíamos vivido aquel jueves catastrófico: tú al borde del colapso porque creías que habías arruinado todo y yo en felicidad extrema por haberlo vivido, jamás me hubiera olvidado de reproducirla en mi cabeza para salvaguardar este momento que ha sido resquebrajado por la memoria a largo plazo.

¿Salimos el domingo?, ¿Vamos al Jumex?, ¿Vamos al Soumaya? No hay un recuerdo concreto que dé pruebas del diálogo exacto, sin embargo, la prueba está en que supe que para llegar a nuestro destino debes de bajar en Tacuba y caminar en dirección Barranca del Muerto y pasar únicamente dos estaciones para llegar a Polanco y tomar una de sus distintas salidas. No recuerdo cuál fue la que tomamos ni el camino exacto que seguimos, lo único que permanece en mi memoria es la sensación de tener tu mano entrelazada con la mía mientras seguía un pequeño vaivén de adelante y hacia atrás formando una curva al aire, los pájaros cantaban a las damas en espera arriba de los árboles con hojas verdes, las flores desprendían un aroma envolvente, los días fríos habían llegado a su fin, en cambio el calor y el amor había llegado para abrazar y unir a los enamorados en cuestión.

Rotondas, avenidas que eran imposible cruzar por la multitud que se encontraba atiborrada en cada esquina, casas de acabados de piedra que presentaban a una de las zonas más aclamadas y amadas por todo aquel que viene a turistear y a “amar México” por las fachadas opulentas y extravagantes, sin embargo, poco era lo que notaba de mi alrededor y la ruta que seguíamos porque aquellos treinta minutos que marcaba Google Maps se fueron como el agua al momento de subir la mirada y ver el monumento que estaba justo frente a Plaza Antara, mi atención decidió seguir trabajando. Habíamos llegado al lugar de la primera cita: Museo Soumaya.

Fue divertido, me encantaron las múltiples pláticas con un chiste agregado, la manera en la que acomodabas mi suéter cada vez que se deslizaba un poco por mi brazo o también el cómo decías que mi mochila era el factor de reconocimiento de mi persona y era lo que más querías ver en los días que estabas tomando valor para hablarme, pero lo mejor del día fue haber contemplado el atardecer tal como me gusta, solamente a tu lado. Esto fue un antes de llamarnos nosotros.

“Nuestro riesgo, nuestra historia” fueron trazadas poco a poco para no entrar a destiempo y arruinar la línea temporal de la vida. El tiempo era lo que muchos recriminaban, el pretexto perfecto para decir que no deberíamos estar juntos, sin embargo, yo quería dar este salto turbulento a simple vista, pero tranquilo en lo profundo. Pudieron haber cosas antes de ti y de

mí. Conocimos a personas que nos marcaron de manera distinta, pero no permanecieron en nuestro camino por mucho tiempo porque “ya era hora de encontrarte”. 

Y si vivo cien años, cien años pienso en ti

Retrocedimos, pero nos mantuvimos en la misma línea naranja del metro. Dos estaciones fueron recorridas de manera inmediata y sin presión alguna. Siempre íbamos tarde a todo, por lo tanto el tiempo se esfumaba, pero esta vez sentía que se detenía y cada vez iba más lento. Volteamos a ver al cielo, el espiral infinito se hizo presente, la máquina del tiempo como mis abuelitos le llamaban, porque a pesar de que las décadas pasan y los años cambian con las nuevas tecnologías y generaciones, los lugares mantienen su esencia y te transportan a los momentos donde serás eternamente feliz.

La estación Refinería es definida por mis abuelitos como la estación que nunca muere. A pesar de que el lugar ha pasado por varias modificaciones aún sobrevive. Ellos la vieron crecer como una refinería y ahora nosotros la vemos expandirse como un parque ecológico donde las familias se reúnen a jugar los domingos, los amigos a patinar y cotorrear y nosotros a grabar una historia de amor dándole la bienvenida a las chaquetas de mezclilla y vestidos largos de olanes con un toque clásico al estilo Pedro Infante en Cuidado Con El Amor.

La guitarra marcaba el paso de la tarde en turno tras soltar un largo suspiro de incredulidad por no creer que estuviera en una historia de amor plasmada por los rincones más recónditos del bicentenario siendo acechados por los gendarmes perspicaces y desconfiados que nos observaban desde las esquinas del lago adornadas por las cabezas de calavera. Definitivamente la realidad supera a la ficción de las películas de antaño.

“Te vi sin que me vieras, te hablé sin que me oyeras y toda mi amargura se ahogó dentro de mí”. Las casualidades no existen, ese era nuestro lema o tema de conversación, y la máquina del tiempo fue testigo de ello. El video no fue nuestro primer punto de encuentro en este lugar: me dijiste que en tus años de secundaria y de CCH venías aquí los domingos a las rampas con tus amigos, mientras yo me encontraba del otro lado pasando el tiempo con mi familia los domingos por la tarde hasta que el sol se ponía. Es increíble como una mirada, un tropiezo o un encuentro espontáneo tienen la capacidad de fabricar el comienzo de una historia de amor.

Probablemente algún día me viste pasar o yo lo hice, pero el tiempo estaba esperando a que supiéramos de nuestras existencia y crear el momento correcto para poder estar juntos porque “no tengo que ir rápido contigo. Eres el único lugar en el que siento que no debo correr”.

Amante del amor

La máquina del tiempo quedó atrás junto con los vestidos de olanes y chaquetas de mezclilla, regresamos en el tiempo para volver a ser nosotros mismos. Las puertas se habían cerrado. Por primera vez escuchaba la voz de la bocina del vagón indicando la siguiente estación:

Tacuba, aunque nosotros bajaríamos en las canticos y espectaculares del Auditorio Nacional así que aún teníamos tiempo para unos momentos de tranquilidad.

El vagón marcaba movimientos suaves, avanzaba poco a poco… como nosotros. Había viajado en esta línea un total de cuatro veces, el camino me seguía pareciendo todo un misterio.. así como nosotros. Él viaje solía empezar rápido y sin escalas, disfrutas ese tiempo como si no hubiera un mañana como también ansías que vuelva a suceder, no puedes esperar ni un solo minuto, pero luego viene ese golpe en seco que el vagón da como mensaje de advertencia para indicar que algo está sucediendo, es mejor conocido como golpe de realidad.

En aquel golpe de realidad turbulentos y sin avisos te observe por unos momentos. Estabas frente a mí, tomando el barandal con fuerza porque no habíamos alcanzado lugar. Te observaba mientras mi cabeza cantaba “a fuego lento, yo quisiera amar”, aunque a veces mi interior se acercaba a ser una hoguera de emociones, de amor. Me preocupaba que sintiera tanto amor que quemara hasta tal punto de transformarse en asfixia y un viaje sin retorno.

-Vamos tarde- no fue reproche, solamente un aviso. Él tenía la programación del horario inglés puntual y el mío estaba descompuesto, siempre llegaba tarde a todo.

No contesté, veía como sus labios se movían, pero no escuchaba lo que decía. Entré en un shock momentáneo ¿qué pasa si siento más de lo que debo? Mi mente contestó sabiamente “amante del amor… Quiero quererte dulcemente y beso a beso hasta vencerte, muy poco a poco, profundamente” ¿Qué pasa si me desbordo de amor y él no siente lo mismo?

Afuera era soleado, era octubre, pero adentro era una tempestad, era mayo. El torbellino de la duda llegó. Solamente estructuras tambaleantes eran lo que restaba en esta ciudad de sentimientos. Nada estaba siendo seguro, el ruido de la lluvia partía la comunicación y alejaba a las soluciones. No era una pelea de poderes, era un zambullido a terrenos que creía haber dejado atrás: el lento alejamiento.

-Siempre vas tarde a todo. Imagínate que hubieras ido tarde a conocernos. No importaba, yo hubiera llegado temprano sólo a esperarte.

Te escuché fuerte y claro, tan nítido como el final instrumental de la canción de Luis Miguel que se reproducía en mi cabeza una y otra vez, la canción que te dediqué aquel 4 de abril del 2022. El torbellino cesó, los pensamientos se tranquilizaron y yo estaba segura de una cosa: te amaba con todo mi corazón o, como tu decías, con todo mi ser de 1.54 de estatura.

-Llegamos ¿lista?

-Lista

Los días más felices de nuestras vidas

Corrimos. Corrimos como si nuestra vida dependiera de ello. Primer alto, un primer respiro contenido para seguir corriendo. Segundo alto, un alivio comprimido y desaprovechado. La esperanza estaba en el corazón y los pulmones en la garganta, no lo alcanzamos hasta el tercer alto. Contemplamos la camioneta del lado izquierdo de la acera de Reforma, a unas cuantas cuadras del Four Seasons, tratando de restablecer la respiración por un maratón inesperado.

Los fans tocaban los vidrios de la camioneta, nosotros solamente mirábamos, yo contemplaba los vidrios polarizados pensando que jamás podría conseguir una foto o un autógrafo, sin embargo, salí de mi shock hasta que escuché salir de tus labios “te saludó”. El hombre de ochenta y seis años, co-fundador de una de mis bandas favoritas, había extendido su mano para hacer un movimiento con su mano que indicaba un hola.

Salté sobre ti, me cargaste mientras gritaba a todo pulmón en medio de la calle “él me saludó, Roger Waters me saludó.”. La gente que aguardaba su transporte y la de alrededor nos miraba extrañados, pero no importaba, uno de mis músicos favoritos me saludó y tú estabas a mi lado ¿qué más le podía pedir a la vida?

¿Cómo llegamos al concierto? No lo guardé del todo en mi memoria, fue un ir de venir de sentimientos en un, dos por tres. Solamente recuerdo lo que sentí al tenerte a mi lado disfrutando cada una de las canciones de Waters mientras hacías anotaciones y críticas de su tan controversial opinión política. Inmerso en las luces azules que enmarcaban y detallaban tu rostro y una sonrisa oculta en tu emoción, el escenario musical se esfumó para difuminarse en un final estruendoso y apocalíptico: Roger se retiraba, pero nosotros permaneciamos. Era hora de regresar a nuestras casas y con unas miradas encapsuladas en un “quiero estar contigo toda la vida”.

Esa fue la última vez que saldríamos juntos, esa fue la última vez que ambos viajamos en metro acompañados mientras hablábamos de cosas cotidianas del día a día; ahora yo viajaría sola en los vagones, verificaría cada estación por si no estaba yendo en la dirección correcta, tendría que trazar un mapa mental de los transbordos para no perderme en estaciones que no conocía del todo. Ya no escucharía tu voz indicándome las siguientes estaciones y guiándome por los transbordos en los que siempre me perdía, ya no más.

Ahora regresaba sola a Cuatro Caminos mientras escribía un mensaje que jamás llegaría a tu bandeja de mensajes así que escribí un poema en Panteones para matar esto que sentía dentro de mí: tristeza era todo lo que corría por mi cuerpo desde que te habías ido. Era un mar de lágrimas, cada una se adhería a mí como si su vida dependiera de ello, de llenarme e infectarme de una melancolía profunda.

Ahora viajar sola era mi alivio y a su vez un martirio mental. Llegué. Todo marchaba como siempre, la gente pasaba tan normal mientras yo moría un poco cada día que me miraba al espejo y decía “así no era yo”. Los torniquetes hicieron su trabajo, recordé nuestra primera cita, las escaleras eléctricas eran el símbolo de espera para una llegada anunciada. Los

recuerdos no cesaban, golpeaban la cabeza hasta que el recuerdo que tanto temía que llegara explotó de manera sorpresiva: banco Inbursa, un elevador tapizado con la publicidad del libro Boulevard, gente esperando impacientemente en la fila del banco mientras dos jóvenes estaban jugando al coqueteo oportuno, se estaban acercando al tablero del amor formal.

-¿Quieres ser mi novia?- preguntó mientras acomodaba mi suéter rosa en su lugar. Sí fue lo único que dije. Lo veía directamente a los ojos y pensaba que esto no me podía estar sucediendo a mí.

A veces recuerdo demasiado, buscó recrear cada detalle como si fuera el tesoro más preciado de mi existencia, aunque conforme pasa el tiempo poco a poco las piezas van siendo recortadas, tiradas u olvidadas en aquel rincón mental inexplorable de los daños. Miraba al lugar con una sonrisa melancólica. Me arriesgué y gané un amor de aquellos que no se olvidan aunque te lo propongas, aunque jures mil veces. Cada vez que pasaba por cada uno de los rincones de los momentos felices lloraba y tarareaba junto a Pedro Infante “me duele hasta la vida saber que me olvidaste” contemplando aquellos momentos que poco a poco mi mente ha ido borrando y se iban desvaneciendo cada que pasan los días.

Te amo como jamás he amado a alguien en el mundo, pero es momento de dejarte ir. Ahora que lo sabes y la ciudad nos recuerda en los múltiples pasillos en los que caminamos juntos mientras nos sonreímos y nos besábamos jurando un momento eterno, debo preguntarle algo al aire porque es obvio que no contestaras ¿tú también te acordaras tanto como yo o soy la única que se quiebra la cabeza en recordar los momentos en los que nos llamaban nosotros?