Escrito por: Lara Martin

El año se acaba, y debo admitir que soy una de esas personas a las que les gusta hacer el recuento de todo lo bueno y lo malo que ocurrió a lo largo de los pasados doce meses.

No puedo decir que haya disfrutado este año por completo, cada mes tuvo sus altas y bajas, algunos días peores que otros, momentos en los que me sentí muy sola y otros en los que la compañía de mi familia y amigos me hizo sentir la persona más afortunada del mundo.

Confieso que comencé enero muy entusiasmada, como la mayoría seguramente, tenía más que trazados mis planes para cumplir uno por uno mis propósitos, incluso aquellos que a veces da un poco de miedo enfrentar. Así que, a principios de año me ví a mí misma siguiendo una rutina, creando hábitos, motivada y segura de que tendría éxito en al menos la mitad de mis metas, dejando atrás las dudas y los errores del que terminaba.

En algún punto durante esos primeros meses me dí cuenta de que esa energía me estaba desproporcionada, necesitaba mejorarla y hacer cosas nuevas. La sentía un poco engañosa; pues muchas veces hacemos planes y la vida viene a cambiarnos la jugada, las relaciones cambian, las personas crecen y a veces se alejan, algunos se van, otros llegan y pocos realmente se mantienen.

Cuando eres joven no crees que eso pueda pasar, pero de pronto te topas con la realidad y te das cuenta de lo lejos que están algunos recuerdos. Hace algunos años viajé por primera vez a otro estado en compañía de una muy querida amiga que al día de hoy vive muy lejos de mi, recuerdo también con cariño a alguien que sabía todo sobre mi vida cuando estábamos en la prepa y ahora su agenda está tan ocupada que si nos reunimos para tomar un café una vez al año somos afortunadas. Otra de mis amigas está por cumplir su primer año como mamá, en ocasiones me manda fotos de su bebé y mensajes cariñosos para hacerme saber que está bien, y después no vuelvo a saber de ella por meses.

Quizá es mi mejor amiga a quién más frecuento. Tratamos de enviarnos mensajes cada mes y vernos algunas veces durante el año, es ella una de esas personas que de alguna manera se mantiene en mi vida y me ha seguido acompañando en las buenas, en las malas y en las peores.

Contemplo de lejos la vida de quienes más quiero y a quienes tuve cerca durante mucho tiempo. Ahora los veo crecer y me siento orgullosa y agradecida de lo que he aprendido gracias a ellos – prácticamente en secreto porque rara vez hablamos – pero los recuerdo con cariño, así, a la distancia.

En las redes sociales sus vidas se ven felices, igual que la mía, pero solo yo sé lo que vivo y solo ellos saben lo que han pasado año tras año para llegar a dónde están. Y entonces pienso, si siguiéramos en contacto ¿De qué aventuras habría sido parte junto a ellos este año?

Siento melancolía y mucho amor al mismo tiempo, al pensar en que nadie nos advirtió sobre nuestras últimas veces. Esa última comida en el restaurante italiano que cerró en la pandemia, ese último desayuno cuando nos reímos mucho porque olvidamos a quien le tocaba pagar la cuenta ese día, la última vez que mi amiga me contó sobre su novio con quién meses después terminó la relación y a quien no he podido acompañar en su tristeza tanto como me gustaría debido a la distancia y las responsabilidades. Esa última vez que caminamos bajo la lluvia cuando a mí todavía no me gustaba mojarme porque siempre me resfriaba. Ahora, camino junto a mi novio mientras le cuento sobre esos amigos y esas historias que hemos dejado atrás, como cuando salía sin paraguas y rompí varios zapatos porque me rehusaba a usar botas para la lluvia, aunque la parada del autobús siempre estaba inundada. 

Los años han avanzado y nunca había sido tan consciente de todo el tiempo que ha pasado desde esas últimas veces. Como este año, que me tomó desprevenida y me dejó mareada de estrés, tristezas, y sucesos inesperados que parecían eternos en su momento pero al final, como todos los demás, también pasaron.

Quiero pensar que toda esta reflexión y melancolía por el pasado han sido porque aún con las cosas malas que puedan pasar, estoy donde quiero estar, aunque sigo en camino de alcanzar la siguiente meta. Es como si los últimos años hubiera vivido muy deprisa, en mi deseo de alcanzar desesperadamente la estabilidad económica, buscar un trabajo y mejorar mi salud física y mental; terminé perdiéndome en relaciones sin sentido, problemas familiares y otras cosas de la vida cotidiana. Pero, creo firmemente que llega un momento en que la vida te hace detenerte, para que así te des cuenta de todo lo que has logrado hasta ahora, para que hagas frente a la frustración de sentir que no logras lo que quieres, como el hecho de que cada fin de año te haces los mismos propósitos que no alcanzas a cumplir y terminas repitiéndolos en la lista del año que viene. Entonces, la vida te obliga a parar, y con esa pausa hace que te des cuenta de que estás viviendo todo eso que hace tiempo le pedías a Dios, la vida, el universo o en lo que sea que creas, solo que todo tiene un precio. El esfuerzo, el tener que renunciar a personas, lugares o cosas a las que estamos acostumbrados para poder seguir creciendo, y claro, tener la paciencia y los ojos bien abiertos para darnos cuenta cuando lo estamos logrando. Y así, aunque miremos atrás con melancolía, extrañando cosas o a personas de nuestro pasado, podamos ver qué nuestros propósitos de año nuevo tal vez si se están cumpliendo después de todo.

Aquí estamos, y seguimos en camino a dónde sea que queramos ir y a dónde sea que la vida nos lleve. Así que gracias dos mil veintitrés porque con cada golpe que me dio la vida tuve un motivo para levantarme y seguir con más ganas.

Por último, debo decir que en mi lista de propósitos del dos mil veinticuatro están los mismos del año que acaba, simplemente porque son hábitos que quiero mantener y porque los miedos se enfrentan uno por uno y no puedo con todo a la vez. También he agregado algunos más, porque a final de cuentas nos queda solo crecer y creer como cada diciembre, donde siempre sentimos que el año que viene será nuestro año.