Escrito por: Juliette Martinez
El dolor es uno de los daños insoportables al ser, es insufrible a los nervios del cuerpo humano. Tensiona. Presiona. Retuerce. Mata. Los doctores me diagnosticaron un alto umbral de dolor. Las recuperaciones de las cirugías eran tolerables, las cefaleas de tensión no eran del otro mundo. Si dolores así eran tolerables ¿qué era lo que dolía tanto, a tal grado de querer olvidar?
Hoy es 25 de octubre. La lluvia cae, el cuarto languidece, el café se enfría en la lúgubre sala que solamente es alumbrada por un foco de luz blanca; completamente lo contrario al año pasado cuando el sol de otoño resplandecía en el asfalto, los pájaros cantaban de vez en cuando y yo estaba pensando en que estábamos a dos días cumplir un mes más juntos.
– Son las dos quince – le dice la recepcionista al señor que llevaba más de una hora leyendo la revista de sociales.
– Dos quince – repito por lo bajo. Sigo temblando. Hace un año aún seguíamos juntos. Miro una vez más a mi teléfono mientras se reproduce “Lie to me” de 5 Seconds of Summer. Me siento identificada cuando Luke Hemmings canta “quisiera nunca haberte conocido porque eres muy difícil de olvidar. Mientras yo estoy limpiando tu desastre, tú le estás quitando su vestido”. Tomo mi teléfono. Por impulso abro mis mensajes, creo que estaría bien hacerlo una última ocasión.
Estoy escribiéndote por última vez, no sé ni siquiera por qué lo hago si después ya no te recordaré. Supongo que es por esa costumbre mía de hacer una despedida digna a aquellas personas a las que me aferro, a las que no dejo ir.
Hace algunos días estaba ordenando mi recámara, recopilando todo lo que me llegaste a regalar. Dijeron que tenía que deshacerme de todo para que el tratamiento funcionara a la perfección. Quería olvidarte, quería arrancarte de mis pensamientos para no sentir más esta opresión en el pecho cada vez que intento dormir, así que decidí acudir con la señora Marina, la doctora y la mujer que le está enseñando a Meli a leer las cartas, la señora que me quitará todo rastro de ti.
Antes de darme a la tarea de empezar el olvido, recuerdo la semana antes de conocernos. La tengo tatuada en la mente. Lo siento tan cercano como el aire que respiro ahora mismo. Estaba leyendo Las batallas en el desierto para un trabajo de la escuela, la canción que más escuchaba era “Stop loving you” de Toto porque me encantaba su ritmo, quién diría que tiempo después sus letras definirían mi situación sentimental. Lo que más extraño de aquella época es la sonrisa que salía de mí, era sincera, no tenía que fingir que era feliz.
El primer lugar de los recuerdos que visito se el librero. Me regalaste cuatro libros, los cuales guardaba con mucho cuidado en mi pequeño estante, no quería que tu recuerdo se maltratara. Me compraste Cuentos de Edgar Allan Poe en plaza Satélite, lo hiciste porque no sabía que elegir: Mujercitas o los cuentos, así que tú decidiste comprar el libro del autor de “El gato negro” y yo compraría el de Agatha Christie. Aunque, tengo que admitir que esa visita ayudó para saber cuál sería el próximo regalo que me darías: Mujercitas con la portada más otoñal y “una edición que parece ser tú en una portada” escribiste en la carta que está guardada en la página 27.
Me prestaste El Hobbit y yo te presté Cien años de soledad y Harry Potter y la piedra filosofal por un reto literario que arrancó el 17 de septiembre. Éramos un par de niños, pero eso me encantaba. Nunca acabamos reto,nunca supe quien ganó.Termine el libro el 30 de octubre, días después de que termináramos. Supongo que quería acabarlo cuanto antes para no pensar en ti todo el tiempo. El Hobbit sigue en mi estante, fue de lo poco que no quise tirar, pero lo escondí bien. Tolkien es tu autor favorito, el libro es tuyo, me quedo con esa parte de ti, pero te pido un favor: no prestes mis libros. No soportaría que se los prestaras a otra persona y nunca los pidas de regreso, son una pequeña parte de mí que compartí contigo. Viste una faceta mía que no compartía con nadie.
Mi celular vibra e inmediatamente lo tomo. Desde hace tiempo tenía el ferviente deseo de que me llegara un mensaje tuyo, pero tú y yo sabemos que eso no sucederá. De vez en cuando leo nuestras conversaciones, cuando recién empezábamos a hablarnos. Eras muy atento, sobre todo muy tierno ¿crees que olvidaría la vez que me preguntaste si podías besarme? y cómo pensaste que lo habías arruinado todo porque yo solamente te contesté con un “¿qué?”, pero en realidad era un signo de encubrimiento, ya que no recordaba como besar. Y como olvidar la lista de cuarenta razones por las cuales yo te gustaba, son de los momentos que más me cuesta dejar ir.
Tu chamarra está postrada en la silla. Tiene días que no la muevo de lugar, de alguna manera siento que así me acompañas ¿sabes? Muchas veces le dije a mi mamá que no tirara la chamarra que tanto anhelaba que me regalaras, esa misma chamarra que ahora me observa desde la silla. Te pedía que lo hicieras y definitivamente lo hiciste, pero supongo que fue la manera en la que decidiste decirme adiós. Te despediste de tu chamarra, al igual que de mi. La chamarra, una manera de recordarte, aparte del llavero de pelota y la tarjeta madre que me diste la última vez que fui a tu casa. Tu casa, jamás pensé que fuera a caerle bien a tu familia. Aún tengo registrado el tweet que publicaste la primera vez que fui, decía: “mi familia te adora”. Después lo borraste, al igual que la foto que le tomaste a mis vans el último día que estuve ahí. Tú no lo sabes, pero sí alcancé a verla. La guardé en mi teléfono, aún vive ahí.
– Señorita, le pedimos que ordene sus documentos. Su cirugía comienza en 10 minutos. – me dice la secretaria.
– Gracias – le contesto. El teléfono sigue en mi mano temblorosa y los temblores se acrecientan aún más cuando noto que estás en línea. No va a ver que le estás escribiendo, tu chat hace mucho que dejó de ser importante, me digo. Tu contacto no había sido borrado todavía, sería lo último que haría antes de entrar al quirófano.
Esta es la última vez que te escribo. Desearía no hacerlo, pero el dolor que siento al ver y recordar todo lo que ha sucedido me atormenta. No quiero que los últimos pensamientos que tenga de ti sean malos, al contrario, quiero recordar los momentos en los que fuimos felices. Por ejemplo, nuestro primer beso, la manera en la que bajaste mi cubrebocas y te acercaste poco a poco a mí para preguntarme nuevamente si podías besarme, aunque esta vez no tenías ninguna duda de que la respuesta sería afirmativa. También me gustaría recordar la vez que nos dimos a la tarea de pegar todas las estampas del álbum del mundial en un solo día porque habías conseguido la mayoría de ellas y eso te emocionaba. Mi sala se volvió camino de estampas de las distintas selecciones y jugadores, hicimos un bonche de cada una de ellas y de las estampas repetidas. Espero que aún no hayas pegado la última.
Te amo, no me gustaría dejarte ir, pero las circunstancias me han orillado a alejarme aunque no quisiera irme. No me busques, aunque no creo que eso suceda, me digo a mi misma. No trates de hacerme recordar, porque eso es imposible. No quisiera decirte que romperé mi promesa de estar siempre para ti, me encantaría decirte búscame cada vez que mires hacia arriba. Escríbeme pronto, escríbeme hoy mismo, porque ya te extraño. Pero eso ya no es posible. Al borrar tus vestigios ningún sentimiento o recuerdo funcionará. Te amo como a nadie y no creo volver a sentir con la misma intensidad con la que sentí contigo. Pero a ti, que tienes a tantas personas a tu alrededor ¿te importaría que una sola te olvidara?
Ten una buena vida, L.
Enviado
Tu nombre ha sido borrado. Ya no estás más en mis contactos, pero tu número todavía está registrado en mi memoria por algún imprevisto, por alguna estrategia de emergencia que tenía que tomar por vivir en una ciudad tan caótica.
– ¿Su identificación? – me pregunta la enfermera mientras se acerca a recibir mis documentos y anota los datos en su papeleta delante del mostrador. Saco mi monedero de la mochila, abro el apartado donde tengo mi credencial. La encuentro, pero algo sale volando cuando la entrego. Es un post it amarillo. Lo tomo. Lo desdoblo. Lo leo en voz baja “la música es muy importante para mi día a día, pero tú eres mi día a día. Te amo 6/5/22” y a un lado, tu firma perfectamente trazada.
– ¿Qué hace esto aquí? – digo por lo bajo. Había quitado todo rastro de él de mi monedero y lo había tirado a la basura, eso lo recuerdo muy bien. La nota, originalmente venía con el disco Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band que me habías regalado y que yo ya había echado en una caja. Yo era parte del club desde hace un año.
Miro una vez más hacia mi teléfono. “Daylight” de Taylor Swift se muestra en mi pantalla, tal vez fue la situación y el soundtrack de fondo lo que me hizo pensar que lo siguiente que escucharon mis oídos fue una señal. Taylor me susurraba tienes que salir a la luz del día y dejarlo ir. Solamente déjalo ir.
– ¿Está lista? – me pregunta la enfermera, sacándome del trance. El pálido color de las paredes y el escalofrío que yace en la habitación e inunda cada parte de mi cuerpo me hace preguntarme ¿qué es lo que estoy haciendo?
– No. No puedo hacerlo. – me levanto de un salto y recorro el frío corredor de regreso a la puerta. Las lágrimas llenando los recovecos de sentimientos que habían sido evitados tiempo atrás. No puedo desvanecer tus recuerdos, pero tampoco lo que fui en estado puro: apasionada, intensa y feliz. Es una parte de mí que ya no existe, pero que quiero que permanezca en mi ser porque a pesar de que ya no estás conmigo, no quisiera perder lo que me hace ser humana, lo que me hace ser yo.