Escrito por: Maria Fernanda Estrada Cisneros
Editado por: Giovanna Mendoza
Vivimos en un un mundo donde el “haz más, sé más eficiente” se ha convertido en un mantra, una época donde la productividad se venera como un dios moderno.
La presión por ser hiperproductivo nos acecha por todas partes. Se nos dice que debemos hacer más en menos tiempo, ser multitarea hasta la médula y siempre estar “en línea” para seguir el ritmo del mundo. Pero la ansiedad y la sensación de nunca estar a la altura de esas expectativas son solo el inicio.
Puedo apostar que todos esos posts sobre personas siendo ultra-productivas en redes sociales no son la historia completa. Te sumerges en Instagram o LinkedIn, y de repente sientes esa oleada de presión, te preguntas: “¿Por qué no estoy construyendo un imperio desde mi escritorio ahora mismo?” Pero la realidad es otra, no todos los días son una sucesión de logros impresionantes. A veces, simplemente, estás cansado y no tienes ganas de ser un genio productivo. Y está bien.
Además, en medio de esta obsesión por la cantidad ¿qué hay de la calidad?
Nos centramos tanto en hacer más que olvidamos la esencia misma de lo que hacemos. Perdemos la conexión con el arte de simplemente disfrutar del proceso, de sumergirnos en el flujo creativo sin la presión de cumplir con una agenda imposible.
Las redes sociales rebosan de consejos para maximizar tu tiempo, aumentar la eficiencia y alcanzar niveles inimaginables de logros. Y sinceramente ¡a veces es agotador!, ¿No te parece?
Las redes sociales son esa ventana alucinante que muestra solo los mejores momentos de la vida de las personas. Y aunque sabemos que es una especie de “resumen de lo mejor”, caemos en la trampa de compararnos constantemente. Nos presionamos para alcanzar esas expectativas imposibles que, en realidad, solo existen en las fotos retocadas y los mensajes con filtros de las redes. Y esto no se trata de ser anti-productividad, para nada. La organización y la eficiencia tienen su lugar siempre, Pero también necesitamos abrazar la pausa, la reflexión y darnos permiso para simplemente ser humanos. Es hora de desafiar la idea de que nuestra valía se mide únicamente por nuestra capacidad de producir constantemente.
Entonces, ¿qué podemos hacer al respecto? Tal vez sea el momento de redefinir el significado de ser “productivos”. ¿Y si en lugar de medirnos por la cantidad de tareas que completamos, nos enfocamos en la calidad de nuestro tiempo y en cómo impactamos nuestras vidas y las de los demás de manera significativa?
Primero, propongo darnos un descanso, y no me refiero a un descanso de cinco minutos para tomar café, sino a un descanso real. Tomémonos un tiempo para apreciar lo que hemos logrado, incluso si no es tan épico como lo que vemos en las redes sociales. Y si creemos que no hemos logrado nada, bueno, pues reflexionemos sobre todo lo que hemos pasado para llegar a donde estamos y dejemos de hacernos menos.
En segundo lugar, aprendamos a establecer límites realistas. No todas las tareas tienen que hacerse hoy. No todas las metas tienen que ser grandiosas y transformadoras. A veces, simplemente con avanzar un poco es suficiente.
Y por último, reconozcamos que está bien no ser superhumanos. Aceptar nuestras limitaciones no nos hace débiles, nos hace humanos. Necesitamos días en los que simplemente no estamos al 100%, y que eso esté perfectamente bien. Es hora de encontrar un equilibrio saludable entre la productividad y el bienestar. Aprender a decir no, establecer límites, permitirnos descansar y aceptar que está bien no ser productivos las 24 horas del día.
La “excesiva productividad” tiene un alto precio emocional. Nos agota, nos quema, nos hace sentir culpables cuando no cumplimos con estándares inhumanos. Además, se nos niega el espacio para la autorrealización, la creatividad y el cuidado propio. Es momento
de redefinir el significado de la productividad. No se trata solo de hacer más en menos tiempo, sino de hacer lo correcto, lo que realmente importa. Implica reconocer y valorar las contribuciones diversas, no solo las cuantificables.