Escrito por: Melissa Flores
Editado por: Giovanna Mendoza

Parte I

Quería comerme al mundo, y al mismo tiempo deseaba perder el apetito por completo. Quería desesperadamente ser lo que siempre había soñado con ser, convertirme en aquella mujer, alcanzar esa versión idealizada de mí que me concedería la satisfacción que tanto anhelé  ¿Acaso no lo era ya? ¿acaso no lo tenía dentro de mi?

Intelectualidad, bondad, sofisticación. 

A veces quererlo todo es condenarte al vacío de la nada en el ser.

¿Quién era yo si no estaba buscando ser amada?, ¿Quién sería yo si no me perdía en el bosque de misticismo?

De un momento a otro me llegó una posible hipótesis para entender mi hastío: una ausencia crónica de expresión, la debilitada condición de mi vena artística.

Tantos cambios, tanta tristeza, tanta euforia y ningún mecanismo para drenar toda esa vorágine que vive dentro de mí. Tanto que decir y ninguna forma de decirlo. Sentía como si el arte no estuviera a mi alcance, como si solo estuviera disponible para aquellos a los que concebía casi como semidioses, aquellos a quienes su parte humana les hacía sentir y su parte celestial les hacía crear.

¿A dónde se iría todo mi sufrimiento? ¿Cómo plasmar las tristezas del siglo 20? ¿Cómo dejar un rastro? ¿Cómo decir: estuve aquí y tengo mucho que contar?

Parte II

De niña quería ser cantante, pero crecí, fui perdiendo esa confianza desmedida, comencé a recluirme bajo una fachada de snob y hui para siempre de los reflectores.

Ahora quería ser cineasta, fantaseaba con tener el control absoluto, con tener a mi cargo un concepto, una estética. El mundo a través de mis ojos, se vería lo que yo quisiera que se proyectara, sólo habría espacio para mi narrativa.

Quería darle ese toque femenino a la industria, pero quería ser como los grandes; Hitchcock, Kubrick, Coppola (Francis). Pero después descubrí a Coppola (Sofia), a Agnés Varda, Greta Gerwig, Cholé Zhao y Ava DuVernay. descubrí que el mundo visto a través de los ojos de una mujer me era inmensamente más interesante.

A pesar de todo, un día dejé de soñar, dejé de intentar ser una artista, renuncié a aquella ambición de controlar el mundo (mi mundo) a través de una estética.

Parte III

No sé por qué, pero siento que no puedo ser escritora, aunque me inundan las ganas de adjudicarme un título artístico. Siempre he escrito sobre la injusticia, el amor correspondido (y no correspondido), sobre el deseo, y en general las crónicas de las cosas que principalmente suceden en mi cabeza. No sé si hago poemas o ensayos, solo sé que es aquí donde soy verdaderamente yo.

Epílogo 

Entre recuentos y reproches, paso mis días. Pasó la víspera de mis 24 años y lo único que pienso es:

 “Quiero ser artista”.