Edición y redacción por: Giovanna Mendoza
Hace un año, la primera vez que le dije a mi mamá que iba a ir a una marcha por el día de la mujer, trató de convencerme y hacer todo lo posible por que no fuera. No lo hizo por que no estuviera a favor del movimiento, al contrario, no he conocido a una mujer más empoderada que mi madre, pero a ella le preocupaba mi seguridad, “es peligroso” me dijo, “he visto que esas manifestaciones se ponen violentas, mejor no vayas”. Al igual que ella, antes de asistir a mi primera marcha muchas tías, amigas y conocidas, desde su preocupación y cariño por mí, me hicieron preguntas como “¿por qué vas? es muy peligroso” o “el cambio se encuentra en ti, en tu actuar día a día para y con otras, no se trata de salir a marchar un solo día, se trata de mantenerse comprometidas con la lucha, además es peligroso, no te vayan a pegar”, “mejor no vayas”, “¿por qué vas?” En ese momento, ni yo supe que contestar, todas me daban razones válidas para no marchar; pero aún con un poco de miedo y vacilación, fui. Acompañada de un grupo de amigas que, como yo, participaban por vez primera en el movimiento. Al llegar, las “morras” (como se llamaban unas a otras) nos recibieron con los brazos abiertos, felices porque nos unimos a su lucha, nuestra lucha. Nos pintaron la cara con los colores representativos del movimiento y nos enseñaron consignas, cada una más ingeniosa que la anterior. Entendí que al igual que yo, todas ahí tenían esta rabia dentro de ellas, este coraje, esta impotencia por las que ya no están, por las abusadas, por sus amigas, por las golpeadas, por las que nunca llegaron a su casa y también por ellas mismas. En las marchas encontramos una forma de expresar ese descontento, cantando y gritando en compañía de las demás, otras que quieren lo mismo que yo, sentirse seguras en su país a todas horas y en todo momento. En las marchas hacemos ruido, porque queremos ser escuchadas. En las marchas nos sentimos libres y seguras, y no tenemos que preocuparnos nada, porque por una vez, el espacio es nuestro.
Violencia, golpes, enojo, fuego, destrozos, palabras tomadas de entre las favoritas de los medios para describir lo sucedido en las marchas, encasillando a todo un movimiento que, si bien es pacífico, también, y con sobrada razón, sabe usar la fuerza para hacerse oír. Han hecho hábito ligar a las descripciones de las marchas del 8 de marzo, términos que en cualquier otro contexto, resultarían completamente ajenos a la descripción de femineidad como la entendemos tradicionalmente. Pareciera que cuando nuestras voces son tantas y tan fuertes, y encontramos a otras igual de poderosas, para descubrir que juntas hacen más ruido que separadas, ya no somos tan inofensivas como nos hicieron creer durante tantos años. Las marchas son violencia, si, violencia para expresar el descontento, un intento por que algo cambie por que nos escuchen, pero también son comunalidad y hermandad, no todo es tan radical como lo hacen ver en algunos medios.
Un ejemplo no muy alejado de lo anterior sucedió el pasado 7 de Marzo, cuando un portal de noticias nacional que informaba sobre un evento de manifestación pacífica, organizado por madres de desaparecidas o fallecidas por motivos de género que tomó lugar en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México, constaba de encender una veladora y dejarla ahí en memoria de tu desaparecida, de los 46, 800 metros cuadrados de la Plaza de la Constitución se llenó cada centímetro de veladoras. Decir que le dieron 2 minutos de cobertura a esta forma de manifestación pacífica es mucho, y resulta indignante porque así pareciera que las desaparecidas pasan de ser tragedias individuales a una sola tragedia colectiva, un único fantasma que muchos prefieren encerrar en el fondo del clóset y olvidar. Un único fantasma que de alguna forma tiene menor peso que los cientos de tragedias individuales que realmente lo conforman. En cambio son 10, 15, 20 minutos y miles de encabezados o artículos amarillistas de primera plana los que se le dedican a los “destrozos” causado por la rabia, comprensible y justificada creo yo, de mujeres en marchas del 8M, una cobertura excesiva y escandalosa de lo que fueron realmente, eventos aislados. Lo cual causa mal información y crea una especie de espejismo de lo que no es, en su totalidad, una marcha: violencia pura; generando que, por consiguiente, perdamos de vista lo que sí es una marcha en su totalidad: mayormente marchar valga la redundancia, hacer ruido y si, ciertamente una porción considerable de violencia, sin embargo no tanta como nos hacen creer. Los que tienen el poder de transmitir el mensaje real del movimiento, prefieren headlines sensacionalistas, que vendan, pero que a final de cuentas causarán repudio a un movimiento que únicamente busca aceptación, entendimiento y sobre todo, un cambio cultural. Y si, poco a poco se han conseguido cambios significativos gracias a movimientos como el de las marchas del 8 de Marzo, simplemente este año, las elecciones en Mexico casi totalmente serán de mujeres y las candidatas, sean cuales sean sus intereses políticos, afortunadamente han adoptado al movimiento como parte de sus campañas, dándole más visibilidad, promoción y aceptación, algo mayormente bueno ya que es el siguiente paso en la desestigmatización de un movimiento tan controversial como el feminista, más aún cuando esto ocurre en un país con un contexto historicamente machista, como lo es México.
El 8 de marzo no solo se trata de feminismo, sino de sororidad y hermandad, de reclamar por una vez los espacios para y por nosotras. Caminar en la calle con todos viendo y con nadie capaz de herirnos, matarnos o privarnos de la libertad. Porque detrás de la sonoridad de nuestros pasos durante las marchas, yace una terrible pero pesada verdad, somos demasiadas, estamos todas hartas y vamos a lograr el cambio cueste lo que cueste.
El pasado viernes 8 de Marzo, asistí a lo que fue mí segunda marcha, durante la cual pude ver de cerca al famoso “bloque negro” de Morelos, ubicado esta vez al final de la comitiva, y pude comprobar que si bien realizan pintas, lanzan bombas de humo y pegan de carteles en las paredes, son un movimiento organizado, no más violento que las violaciones, asesinatos o desapariciones que occurren diariamente en las calles del estado. Aún dentro del “bloque negro” me sentí segura, pues es un contingente que se expresa con lo que algunos podrían denominar violencia, pero también protege y acompaña a las suyas.
Más tarde, continuamos marchando, delante del “bloque negro”, gritando consignas, cantando canciones representativas del movimiento y brincando claro, por que “la que no brinque es macho”. Era solo cuestión de alzar la voz para que todas las demás respondieran, “si tocan a una respondemos todas”.
Al concluir la marcha, en el zócalo de Cuernavaca se llevó a cabo el acostumbrado mitin durante el cual, además de las canciones y los gritos de “no estás sola”, abundaron las denuncias por acoso, maltrato y violacion. Es verdaderamente indignante el número de mujeres, jóvenes e incluso niñas que han sufrido abusos y que por encima de todo tienen el valor y deseo de ser escuchadas, la necesidad de alertar a otras para que no les pase lo mismo. Resulta exasperante el ver a estas mujeres exponiendo a sus abusadores en espacios como este, por que ya hicieron de todo y las autoridades no han hecho nada por detenerlos; resulta encolerizante verlas llorar ante la impotencia y el miedo de que sus agresores se enteren que los denunciaron y vayan tras ellas; resulta encolerizante ver a niñas, de no más de 12 años de edad esperando su turno en la fila para subir al pequeño escenario y contarnos que han sido abusadas. La rabia y la impotencia es lo único que nos queda a las que escuchamos sus testimonios desde abajo. Al bajar del podio las palabras de aliento abundan, así como los abrazos y las lágrimas, e impresiona ver tanto dolor y rabia en un solo lugar, pero también sorprende la cantidad de apoyo amor y esperanza que somos capaces de brindar en los momentos más sensibles.
El año pasado, en mí primera marcha, cuando todavía estaba en la universidad, viví el fenómeno de que muchas compañeras iban a su primera marcha, al igual que yo. Este año conocí a las que han marchado 5 años seguidos en diferentes estados de la república, cabecillas y organizadoras de contingentes, mesas de diálogo y eventos en pro de los derechos de la mujer. Tras haber hablado con varias del ellas, me llegó la respuesta a la pregunta del por qué estaba aquí el año pasado y por qué estoy aquí este año también. Mi mamá me preguntó por qué iba a estas marchas y al principio ni yo supe que contestarle, pero creo que la respuesta yace aquí: vengo a estas marchas para escuchar y acompañar, pero sobre todo para hacer ruido, porque el ruido atrae atención y la atención es el primer paso para el cambio. No hay que tener miedo, vamos junto a nuestras hermanas.