Escrito por: Luna Zp

A veces se vuela a 30,000 pies persiguiendo un atardecer sobre Polonia, que dura
segundos y al mismo tiempo años, anidándose en una profunda respiración llena de
esperanza en medio de una huida. Preguntándose una y otra vez a dónde se ha ido
nuestro instinto de lucha por la supervivencia de nuestra especie como animales
amorosos.

En ocasiones, se vuela entre nubes sobre una manta de cuadritos de la infancia, de la
mano de quien nos acompaña a sanarla durante la adultez. Y se canta, se ríe, se baila.
Se detiene el tiempo y se reinicia en un día de aniversario, de primera cita o de renuncia
al mundo.

El vuelo, a veces cobra colores amargos, sepia, grises o profundamente rojos y
punzantes desde la ventana de un lugar del cual te sabes rehén sin haberte enterado
en qué momento fuiste capturada. Es ahí, cuando se vuela sin copiloto, a la deriva. El
o la pilota con las ideas tan profundamente adormiladas para que el cuerpo se
mantenga en una sola pieza, que no se sabe si se vuela, se navega o tal vez,
simplemente se sobrevive.

Se vuela en ocasiones junto a extraños que enseñan las interminables fotos de sus
hijas e hijos cuando ven despertar un ataque de ansiedad junto a ellos, quizás para no
incomodarse por la repentina disrupción de la vista por la ventanilla que dicho ataque
representaría, quizás para dar cobijo. Y ese vuelo resulta el abrazo que aún no sabes
que necesitarás al aterrizar días más tarde y perder lo más valioso al ser arrancada una
de tus raíces directamente de las manos, una mañana cualquiera de enero, que a partir
de ese momento, dejará de ser una mañana cualquiera.

Se vuela construyendo ideas de lo que podría ser, aunque muchas de ellas ni siquiera
despeguen. Algunas de ellas tras unos minutos de vuelo, comienzan la caída que en
ocasiones se convierte en aterrizaje y en otras, en inevitable pérdida total.

A veces se vuela en una azotea viendo gaviotas pasar, con la suave textura de una
buena historia cubriendo tus hombros y el reconfortante pasar del tiempo en forma de
té por la garganta, hasta llegar a la semillita de vida que tienes guardada en el pecho.

Se vuela siendo el vuelo de la gaviota, “aquí, ahora, un par de veces…” y entonces ahí,
Juan Salvador Gaviota te reescribe en la piel una y otra vez lo metafísica que es esta
existencia terrenal y la pequeña pero significativa trascendencia que se planta en
aquellos con quienes elegimos compartir el vuelo.

Por instantes, se vuela entre palabras, planeando entre ideas de un discurso
revolucionario, y la ternura de las letras revolotea sobre la piel con ese cosquilleo que
sólo la música trae al cuerpo cuando se deja la razón de lado.

¿El vuelo favorito? ¡Sencillo! El de aquella vez que nunca sentimos despegar y
flotábamos entre voces que marchaban por la calle y elevaban el espíritu. Aunque
quizás sería aquel que sale huyendo de donde no hay más que destrucción, guerra y
dolor y aterriza inesperadamente en un recuerdo de hace 10 años, que con los brazos
más cálidos que el Sol ha tenido, y la voz temblorosa de sutil, pero necesaria
compasión, te encuentra y te ayuda a amortiguar la caída, a flotar en el rebote al
impactar el suelo y a veces incluso a elevar el vuelo de nuevo.

…Pero tal vez, en realidad el vuelo favorito sería aquel que haces solx sin saber bien
por qué ni hacia dónde, pero con la urgencia de trascender el sobrevivir y quizás
encontrar un nuevo hogar, una nueva montaña, una nueva alma con quien trenzar las
tristezas; se encuentra ahí mismo a veces, un nuevo reto encarnado en quien hiere sin
importar, pero también un nuevo héroe en su fragilidad sin que a éste se le exija ser
incondicional. Este vuelo, de todos en particular, se sostiene en el aire por meses de
añoranza y lejanía, por años de cambio y escalas, doliendo cada día más, alejándose
en los pensamientos, de ser el vuelo favorito. Hasta que un día, sabes que es ese el
vuelo que te ha convertido en la Luna. Te ha convertido en el amor que brinda irte de
donde no se te ama y sólo se te quiere como a la rosa de Saint-Exupéry; es ese el vuelo
que te ha convertido en la fortaleza que regala la soledad en un aeropuerto cualquiera
a miles de kilómetros de cualquier comodidad, que te ha transformado en esencia con
brotes de compasión, alegría y cuidados, después de un largo invierno y de sequía. Es
el vuelo que ha desatado un llanto constante e incontrolable rodeado de nuevas
esperanzas. Te ha desnudado de aquello que sobraba.

Te ha devuelto por fin, desde el amor, a la lucha.