Escrito por: Mezzi Gozo

Editado por: Giovanna Mendoza 

Ok, para este artículo vamos a hacer un ejercicio, ¿Jalas o te pandeas? (Más vale que jales porque la vida es de los valientes o de los imprudentes, como lo quieras ver) Cuando leas este artículo, pon la canción de “What Was I Made For” de Billie Eillish y jálate unos kleenex.

En 2016, después de que mi papá cumpliera un año de fallecido, decidí ir a terapia. En el camino de la terapia, descubres que no todos son adecuados para darla, y realmente el que hoy se le de una relevancia adecuada y que exista información a la mano sobre tema, los vuelve a ustedes chicos de 20’s una generación bastante privilegiada, no les tocó dar de tumbos como a mí, (yo actualmente tengo 30). 

Tenía 23 años, había ido a terapia porque me costaba relacionarme de manera romántica con alguien, ya que, meses después de la muerte de mi padre, habían abusado de mí (por primera vez) y para añadirle más sal a la herida, Iván me dejó sin saber el porqué de muchas cosas. Me acompañó a la sesión el que, en ese momento era mi novio Charlie. La verdad es que las cosas con Charlie no funcionaron por un millar de razones, pero la principal fue porque yo no puse tanto de mi parte, y él, aunque puso bastante de la suya, algo en su ego lo encegueció y terminó de la peor manera, pero en feeen, por ahí no va esto. Sino por algo que me dijo la dizque terapeuta, que me marcó por mucho tiempo, “a los hombres querida, no les gustan las mujeres tristes”. 

¡CARAJO! Me habían violado, mi padre se había muerto, y encima, a quien consideraba el amor de mi vida me había dejado, madre de dios, ¿qué esperaba? ¿qué me cayera de risa? No inventes hija, ¿cómo por qué crees tú que iba a terapia? Peeroo claroooo, yo no pensé así en ese momento, el rayo que atravesó mi cabeza en ese momento fue: “Claro, si yo fuera hombre, no amaría a una mujer triste, ¿qué haría con ella? Que tonta fui.

Salí de ese consultorio, con la misión demente de estar siempre feliz, de ser siempre graciosa, de ser siempre tierna, de ser siempre sexy, de ser siempre… de ser siempre algo más. Pero nunca triste, nunca enojada… nunca una incómoda. Nunca una mujer a la que fuera difícil amar. Cuán equivocada estaba. 

Los días se volvieron semanas, las semanas meses y los meses años… años tratando de curar a esa mujer triste, volviéndola una mujer graciosa, agradable, dispuesta, atenta… y cuánto sufrí, porque el sentirme triste me hacía sentir culpable, porque si me mostraba vulnerable ante una potencial pareja, si las cosas no funcionaban, siempre me culpé por no ser suficientemente alegre, suficientemente chistosa… Realmente, de las cosas que le reconozco a Iván, es que nunca tuvo miedo a verme rota, a pesar de que me dejó en momentos muy cruciales, admito, que cuando el día a día me abatía él siempre estuvo para abrazarme y a veces, es lo que más extraño de él. Pero nadie entendió mi tristeza, en 9 años, nadie ha entendido mi tristeza, y la tristeza empeoró cuando en octubre de 2020, nuevamente abusaron de mí, quitándome mi identidad, mi fuerza, arrebatándome la poca paz que había logrado conseguir. 

Desde el año 2020 hasta la fecha, sigo luchando por no ser esa mujer triste, me duele saber que, si no me río, si no doy risa, si no estoy siempre alegre, no valgo o no soy considerada una mujer valiosa…

Todo esto me estalló de nuevo en la cabeza cuando escuche la canción de Billie Eilish y describe perfectamente, “estoy triste otra vez, por favor no le digan a mi novio, el no esta hecho para esto” , resuena tanto, porque muchas veces no sólo nuestras parejas hombres no están hechas para lidiar con nuestra tristeza, muchas veces nuestras amigas, nuestras tías, nuestras mamás, nuestro entorno, no está construido para lidiar con la agonía de tener algo dentro que está muerto o que te está matando y solo saben decir “échale ganas”, wey no es piñata, no manches.

La resiliencia es un camino con muchas curvas, y es intrigante, es duro, muy duro, supongo que no es imposible, pero muchos se quedan en el camino… y confrontar la dureza de la tristeza como una inevitable realidad, el famoso “vamos a hablar del elefante en la habitación” es algo que está ahí, y que la terapia es una herramienta, pero nuestro entorno es vital para salir o para caer aún más, y tener una red de apoyo es crucial para poder levantar la cabeza. Yo agradezco que tengo mucha gente que me ha sostenido, pero, aunque suena un poco loco, tiene 9 años que nadie me abraza, y a veces, es lo que más extraño. 

La lección aquí es, no tienes porque sentirte culpable si simplemente no puedes sonreír hoy, ni mañana, te puede tomar 9 años como a mí, y también, si eres parte del entorno de alguien que está atravesando un episodio así, no le pidas que le eche ganas, valida sus sentimientos, escúchala, empodérala; pero sobre todo, hazle sentir la seguridad de que al final, nada en esta vida es permanente, que todo es un ciclo, y que todo tiene un comienzo y un fin, que no regresamos a ser quienes somos originalmente, pero eso nos permite transformarnos, que las malas experiencias no son una sentencia. 

Esta fue mi lección aprendida, ¿Cuál fue la tuya?  Te mando un abrazo y una frase que leí por ahí: “De tus vulnerabilidades, saldrán tus fortalezas” – Sigmund Freud.

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