Escrito por: Fernanda Muñiz
Editado por: Giovanna Mendoza  

A Jorge,
por prestarme tu corazón. Tvb.

Hay desorden en mi habitación. Por donde sea que se vea, se puede tropezar con hojas sueltas, sueños olvidados, latas vacías, ropa… y un cuerpo tumbado en la silla con rueditas. Aún así, puedo asegurar que hay más organización en esta recámara que en mi mente.

Me encuentro frente al computador editando, por quinta vez, un documento que debí mandar a mi editor hace un año. Mi tercera novela. Ésa odisea, el terror de cualquier escritor: punto, coma, punto y coma. ¿De qué me sirve conocer el significado y el significante? Espero que digan que ya no me comí las letras y me hagan levantar la mano y firmar otra sarta de mentiras, para que luego me den un encuadernado bonito que mi madre, seguramente, presumirá a todas las visitas. Sin embargo, eso no mortifica mi interior, ya no. Estoy por terminar, he vencido, yo sé que estoy en lo correcto. Mis dedos teclean con ánimo las últimas palabras. Decidí dejar los agradecimientos al final, porque sabía que este camino iba a ser largo: daría gracias a mi hermano, a mis padres, al gato…

“Y te agradezco a ti, Marte.”

De inmediato, la tecla de borrado esconde mi desliz. Mi subconsciente te extraña, Marte. Sé de ti, más de lo que debería; jamás escapaste de mi pensamiento. Me enteré que eres una persona feliz, que te has casado y que tu pareja te ama mucho más de lo que yo podría. Me da gusto por ti. Prometí que no lloraría cuando me atacaran tus recuerdos, pero eres infinito. Pese a todo, no he podido olvidarte. Quizá tú no te acuerdas, pero era un martes cuando te lo dije. Tenía miedo, porque no sabía qué ibas a responder. Tú parecías asustado al oírme. Callaste y yo pensé que me odiabas. No me dirigiste la palabra durante días ¡era un infierno! ¿Te molesté? ¿Acaso algo estaba mal conmigo?

La incertidumbre me hacía caminar por arenas movedizas, pero por ti descubrí quién era yo: no podría perder nada, porque ya había ganado una vida. Decía que te quería Marte, sin ser consciente de que ya te amaba. ¿Recuerdas el sábado de fiesta? Sí, ésa llena de adolescentes jugando a ser mayores. Tú y yo jugamos a ser valientes, Marte. Había muchos cuartos vacíos y sitios apagados. Dentro del armario de la habitación de Julia descubrí el paraíso de tus manos, incrédulo ante la posibilidad de estar tan cerca de ti. Eras fuego, Marte. No era necesario compartir un código, si en tus labios podía saber lo que tu propia lengua tenía para decir. ¿Verbal o escrita? ¡Qué importa! La idea eras tú. La imagen de nosotros dos en mi habitación, recostados en la alfombra, no la olvido. Tú decías que el viejito del texto que nos obligaron a leer tenía teorías muy locas, yo reía porque ni siquiera podía entender lo que decía. Sé que también me amaste, aunque si hoy te lo preguntan dirás que no. Miento y me engaño a mí mismo al querer encontrar gajos de cariño al final

de nuestra relación. En ti no quedaba más que el mísero adiós que terminó por destruir la farsa que montaste, tan frágil que en un solo golpe sucumbió. ¿Nada fue real? ¿Por qué ilusionarme así?

Encendido en la abadía de los suspiros, tenías mi mundo a tus pies. Tenía allí las respuestas: odiaba tus silencios porque en ellos se escondía la duda, sospechaba que algo en ti se había apagado. Y decidí ignorarlas porque te amaba, de verdad te amaba.

Yo di mi vida por ti, Marte.

Y tú… tú no pudiste ofrecer un solo minuto de la tuya.

Creí que era especial, creí que yo sería tu lugar, donde pudieras ser tú. Pero te alejaste, no querías aceptar que podrías amar a otro chico. ¿Te divertías? ¿Era un teatro? Por tus dudas terminé varado en la soledad y todavía no encuentro el camino.

Supiste encontrarme un sustituto y lo hiciste tan fácil que pareciera que no importé. ¿Con él sí eras capaz de amar sin culpas, sin pena? Yo te creé, Marte. No vengas a decir, nuevamente, “no”.

Mi reemplazo parecía más simpática, más guapa y, probablemente, sea mejor que yo. Pero, quién soy para mentir a dos tiempos, no te ama como podría hacerlo yo. Heme aquí, un pequeño fracaso que intenta salir del hoyo. Estoy hundido, muerto en vida. Soy un saco que día a día intenta existir sin recordarte, pero es imposible: eres lo primero que pienso al despertar. Hoy más que nunca pareces aún más inalcanzable, jamás estaré a tu altura.

Marte, tú eres vida. Irradias luz, todos son felices a tu lado.

Anhelo el día en que volvamos a estar juntos, en sintonía, latiendo al unísono. Pero sería una farsa nada más, no me amas. Tienes miedo de ser tú.

Te extraño, Marte.

Siento que te he perdido y no podré recuperarte. Me he resignado, pero todavía duele. Tú ni siquiera me recuerdas por las noches, no vienen a tu memoria los viernes. Marte, hoy es jueves y no hay una memoria que borrar.

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